II.
Condiciones.
La siguiente semana y
luego de que Tom se opusiera a hacer contacto de cualquier tipo con su madre y
su hermano menor, no se concentraba haciendo otra cosa que ver su programa de
televisión de la tarde. No era precisamente el mejor de todos, pero al menos lo
entretenía de algún modo. Y tampoco había rastro alguno del fastidio de Bill porque su madre lo había llevado al trabajo junto a ella.
¿Qué tanto lo podía
consentir Simone?
Tuvo la oportunidad de
estudiar toda la mañana ya que era un sábado y pronto tendría exámenes. Sin
embargo, no lo hizo, solo quería festejar de su soledad o al menos jugar en la
consola pero esta se le había arruinado y su madre se negó a mandarla a arreglar
desde hace mucho tiempo.
Recordó cómo se había
enfurecido cuando su madre le dijo mil veces que no, que ese era un capricho y
gastaría dinero por lujo y no necesidad.
―¿Por qué, mamá?―farfulló, rojo de furia―. Quiero mi
consola. Seguramente si fuese el caso de Bill, la mandarías a reparar, ¿cierto?
Dilo, solo dilo.
―No es eso, Tom, las cosas no son como tú crees―dijo
con la poca paciencia que la resguardaba, era solo una gota―. Tengo gastos,
muchos gastos. Los estudios de ambos, pagos mensuales de colegiatura, guías de
trabajo que les dejan, pagos mensuales de luz, agua y mobiliaria, la comida con
la que me ayuda la Sra. Anne. Muchas cosas. Entiéndelo, hijo, solo te pido eso.
Pero Tom no comprendía, esas palabras eran vanas y
se atrevía a decir que era el castigo de la semana pasada cuando regañó a Bill
por jugar a su alrededor mientras él hacía el grave intento por estudiar.
Todavía no cabía en su cabeza que incluso, la Sra.
Anne, como buena mujer y jefa de trabajo de su madre como ama de casa, era para
al menos ayudarle con un poco más de su difícil vida. A veces siempre le
regalaba un par de ropa y zapatos de sus hijos mayores, la cual ellos ya no
usaban y dejaban desperdiciar, así que la señora decidía obsequiarle todo
aquello a Simone.
Era una
alegría el día que cargaba ropa a casa, tanto para ella como para sus hijos.
Tom sonreía un poco.
La mamá de los gemelos agradecía ese enorme gesto
pues la ropa no estaba desgasta (y aunque lo estuviera, se lo agradecería), y
sus hijos podían usarla con toda comodidad. Al menos se aliviaba que Tom y Bill
no fueran como otros niños, que le reclamarían cómo podrían vestir ropa usada y
que estaba a punto de ir al basurero.
Lo mejor era que había ropa para los dos y, en su
mayoría, era de marca. Tom tenía para jactarse que llevaba puestos unos zapatos
de marca Reebok o Nike, al igual que el
pequeño Bill. Lástima que uno de los hijos de la señora fuese una niña y esa
ropa no se la podrían poner.
Todo aquello sucedía dentro de casa, sin embargo,
Tom no quería entender. Solo deseaba su consola y ya. Y su madre no la mandó a
reparar ni le compró otra ni la semana siguiente, ni la otra y tampoco la otra.
El recuerdo no era tan
satisfactorio, pero la felicidad (casi felicidad) no le pudo durar, pues las
voces de ella y el pequeño que venía saltando de alegría con un juguete nuevo
en sus manos le invadieron. Arrugó la cara, le irritaba el sentido auditivo
volver a escucharlos.
Con un semblante serio,
ni siquiera tuvo la dignidad de caminar un tramo para hacerle el favor a su
madre de abrirle la puerta y ayudarle con las compras, sino más bien se recostó
con más comodidad y los brazos bajo la cabeza, haciéndose el desentendido. A su
madre le habían pagado y seguramente traía ropa de los hijos de la Sra. Anne.
Bill venía con su
encanto infantil entre revoloteos de felicidad para acercarse a Tom. Tal vez
era entendible que el mayor estuviese atravesando la etapa de la adolescencia y
con ello su mal humor que siempre le acompañaba. Pero Bill no comprendía ningún
tema similar y mucho menos tendría por qué hacerse la idea, así que no podía
evitar aquel deseo que le infundía de estar siempre al lado de su hermano.
—¡Tomi, Tomi! ¡Tengo un
nuevo juguete!—repitió Bill un sinfín de veces en una fracción de segundos. Pero como su queridísimo "Tomi" estaba irritado (como siempre) la
expresión que le dirigió fue una de auténtica molestia.
El
hermano menor retrocedió unos pasos, con una mueca desconcertada.
Nada más tenía el enorme deseo de demostrarle su
nuevo juguete que le duraría un buen tiempo; sin embargo, no el suficiente como
para que lo dejase en paz, y eso Tom lo sabía casi a la perfección, por lo cual
disolvió su expresión tratando de surcar un gesto menos desinteresado.
—Ah, sí, bien, bien...Ya lo vi, deja. Ve a estar con mamá—agregó, control en mano y apoltronado en la extensión del mueble justo como solía hacer―. Te lo regaló la señora Anne, ¿cierto?
—Sí, pero...solo quería demostrarte...
—Nada, ve con mamá. Estoy viendo televisión, ¿no lo ves?—dirigió su rostro contraído y le enseñó el mando como si fuese obvio—. Además, esto no es para ti. Mira. Ve a jugar con lo que te regaló la Sra. Anne.
—Tú siempre dices lo mismo, hermano.
«Lo mismo...», pensó Tom cuando
el más pequeño comenzó a caminar con cara triste hacia otro lado.
Entonces rodó los ojos hacia la derecha.
Tom no soportaba a su hermano por muchos motivos. Le guardaba mucha envidia porque a veces
presentía todo el amor que le daba a Bill y no a él.
En la cocina, escuchó a su mamá
hablar junto a Bill, quien le estaba contando con lujo de detalle cada cosa que
le había dicho Tom. Una mueca brotó en sus facciones y al escuchar los pasos
tras de sí, se incorporó ayudado por un brazo y se dispuso a interpelar, con
notas de voz fuerte y molesta:
—Es Bill quien me molesta.
—Tom, ya deja de comportarme como
un niño. Bill me ha dicho que él solo te quería enseñar su nuevo juguete y tú
lo ignoraste—apuntó con un dedo índice y algunas compras en las manos, su gesto
irritado.
Maldijo entre diente, la furia
invadiéndole.
—No lo he ignorado, es más, le dije
que sí, estaba bien—quiso ratificar sin mucho éxito—.Solo quería ver
televisión.
—Ay, Tom, deja el comportamiento de
niño pequeño. Tienes doce años, casi por cumplir los trece. Ve a estudiar, ¿sí?
—Vale, ya no digo nada, de todos
modos, siempre soy el que sale perdiendo.
La respuesta, en muchos casos, no
resultaría ni mucho menos educada y que algún padre la podría dejar pasar con
una sonrisa, pero Simone no debatió ni cuando su hijo le regaló una expresión
nada complaciente y se levantó, apagando
la televisión para ir a su cuarto a desahogar sus pesares, probablemente.
~*~
Adel le había llamado unas cuantas veces durante la
semana entrante. La vista le escocía y cuando veía de quién se trataba en la
zona dónde marcaba su nombre, se negaba a responder, diciéndose a sí mismo que
no resistiría a expulsar la primera idiotez que se le viniera a la mente.
Recordó en las ocasiones de cuando
su padre le dejaba varias llamadas perdidas hasta que hubiese respuesta por
parte de su ex esposa. Y a pesar de quejarse y revolverse en sus sábanas,
observaba con ojos inocentes cómo Simone terminaba por tomar el teléfono, hasta
por platicar ciertos puntos centrales con su padre y un adiós con un cuídate
bastaba.
La mano extendida Tom y su rostro
lleno un algo que desconocía era lo siguiente.
Tom tenía muy bien entendida su
parte, así que en ningún momento dudaba en tomar el aparato para acercarlo a su
oído y hacer un conciso saludo con Jörg, quien se disgustaba en el momento en
que su hijo le empezaba a pedir dinero de manera suplicante. Pero no agregaba
más, porque meses atrás la mujer le había hecho una pequeña introducción acerca
de que Tom estaba yendo a clases de guitarra gratis por parte de una iglesia y
se lo estaba tomando muy en serio.
Al final, se revolvió las rastas al
tener un pensamiento tan crudo.
En el piso inferior su madre no
cesaba de gritar su nombre hasta que
escuchó los pasos fuera de su alcoba y en la ranura vislumbró la sombra
esperando por que él abriese.
—Tom, la comida está lista—la voz
empleada era suave, un susurro en el aire.
El silencio la acogió de manera
desbordante y la obligó a dar toques exasperados tras la puerta, girando el
pomo de manera insistente.
—Ya voy―se apresuró a decir Tom con
vos exacerbada.
—Ok—hubo una pausa—, porque quiero
hablar contigo muy seriamente, jovencito.
—No hay problema—resolvió de lo más
normal, como si con ello pudiese calentarle el cerebro a su madre más de lo
habitual.
A todo esto, deseaba tranquilizarse
y no ser la víctima de su propio comportamiento. No más neuronas fritas y quien
quisiese salirse con la suya, pues bien podría ir descubriendo que, de ahora en
adelante, Tom Kaulitz les aplicaría la “Ley del hielo” como había hecho con su
madre y hermano no mucho tiempo atrás.
«Al fin y al cabo, a quién le
importa mi opinión.»
Se arropó con un suéter al percibir
el álgido ambiente y bajó con sus pantuflas calentitas cada peldaño. Mientras lo hacía, divagaba en lo difícil que
sería el siguiente mes si su madre no podía pagar el colegio.
Llegó a la cocina, que era pequeña y contenía
lo necesario para sobrevivir. Estaba pintada de colores pasteles y decorada por
baldosas a medio terminar, el comedor en medio y nada más con tres sillas, todo
era bastante simple así como la alacena y la vajilla en sí misma.
Observó a Bill que comía mientras
veía la televisión y un programa para “bebés”, según Tom. Simone lo miró entrar
a la habitación de la cocina con un gesto un poco complaciente a lo que solía
estar.
―Siéntate.
―A eso voy.
―No me respondas de esa manera. Soy
tu madre.
Tom se atrevió a gruñir a medias,
tomando puesto y empezando a comer con un poco de desanimo el contenido de su
plato.
―¿Recuerdas las clases de guitarra
en la iglesia? Pues bien, la Sra. Anne me ha ofrecido que te puede regalar una
o mandarte a clases ya que aquel día te vio tocar el instrumento y me dijo que
un talento como el tuyo era imposible dejarlo ir por el viento―explicó su madre
limpiándose las manos con un pequeño manto especial para la cocina y sirviendo
su comida al final, tenía una pequeña sonrisa en su rostro mediante avanzaba la
plática.
Bill aplaudió muy fuerte y con
ánimo al decir aquello su madre.
¡Qué orgullo de hermano tenía! ¡Un futuro
guitarrista!
Tom sonrió con sinceridad por
primera vez en todo el día. Creyó que su madre lo regañaría por lo que había
sucedido temprano y eso sería insoportable. Una suerte que fue solo un mal
presagio.
―¿Qué piensas, hijo?
―Mamá, eso es increíble―habló Tom
casi chillando de la felicidad conferida―. ¿En serio dijo eso la Sra. Anne?
Guau, yo…yo… ¡Claro que sí, acepto con gusto!
Al fin había regocijo en todo lo
que hacían y decían. Su madre lo pudo notar en su semblante animado y
sonriente.
―Te contaré mejor.―Su madre tomó
asiento en la silla y quedó frente a Tom, mientras ambos comían de sus platos―.
Mi jefa te escuchó tocar la guitarra aquel día junto a sus hijos, ¿recuerdas,
no?―Tom asintió y Simone prosiguió―: A ella le gustó mucho y yo le conté que a
ti te gustaba demasiado, además estabas tan entusiasmado que no lo dejarías
atrás. Entonces me ofreció que ella podría pagarte clases o comprarte una
guitarra.
A Tom se le revolvió el interior ya
que no podía creer que por fin su sueño se cumpliría y las cosas serían más
serias ahora.
Averiguo que no sería tan sencillo
como se lo imaginaba porque su madre le pondría una condición de por medio. Le
desagradaba ese tipo de cosas, le parecía insoportable que le establecieran
reglas porque Simone no confiase en que iría a clases de guitarra acompañado de
sus estudios.
―Pero hay una condición.
Tom maldijo, agachó la cabeza y se
rascó la nuca.―Dime.
―Cuidarás a tu hermano cuando me
vaya a trabajar debido a que no quiero tener problemas en llevarlo a casa de la
Sra. Anne. Y, estudiarás mucho. Quiero ver esas buenas notas. ¿A caso no
recuerdas cuando eras pequeño y las sacabas a cada segundo?
¿Qué le sucedía a su madre? Ahora
estaba muy animada y tendría que averiguar cuál era la razón. Al voltear la
cabeza notó a su hermano terminar de comer con un poco de yogurt en la comisura
de sus rosáceos labios. ¿En serio tendría que cuidar a ese pequeño demonio
escondido tras la capa de un ángel?
―¿Hablas en serio?―inquirió con
tono aburrido y una mueca un poco molesta.
―Claro que sí―Simone se encogió de
hombros un poco molesta.
―Ok, lo haré―resolvió luego de
pensárselo demasiado, sopesando los pros y los contras.
Bill empezó a saltar de felicidad
cual conejo y se colgó del cuello de su hermano, quien se quejó por la acción
de su hermano. ―Te quiero tanto, Tomi. Mami, Tomi estará con nosotros a
excepción de cuando vaya a clases de guitarra. Qué genial. Seguramente serás el
mejor de la clase y…
―Ah, suelta…―Se lo sacó de encima a
tirones. Su hermano era un poco o extremadamente estresante.
Empezó a hacer pucheros y a cruzar
los brazos, enfurruñado.
―Tom, ¿qué sucede? Lo dicho, debes
cuidar a tu hermano.
―Está bien. Lo haré. Pero Bill me
tiene que hacer caso, si le digo que no haga eso porque es por su bien, deberá
obedecer sin rechistar―propuso su propia condición.
Simone asintió y se dirigió a su
hijo menor.
―Es cierto, Bill, tú tendrás que
obedecer siempre a tu hermano. Cuando vengan de estudiar, tomarás la manito de
tu hermano mayor e ir ambos juntos, nunca separados el uno del otro.
¿Comprenden?
―Sí, mami.
―Sí, Simone.
La hora de la cena había concluido
al fin sin peleas y ambos subieron a sus habitaciones por orden de su madre,
quien los envió directo a sus camas a dormir, no sin antes entregarle a Tom el
dinero suficiente para ambos cuando empezasen clases. Simone quería imponer
reglas, incluso, había pensado en pegarlo sobre un lugar vistoso para que todos
lo notaran e hicieran su cargo. Lavar trastes, hacer la limpieza, lavar el
baño, la ropa…Quizá así Tom podría llevar a cabo sus obligaciones.
Sabía que Tom se pondría a gritar
como loco, que no haría eso porque tenía otras cosas mejores que hacer. Pero no
se arriesgaba a desear saber quiénes eran sus nuevos amigos y qué era lo que lo
volvía tan apartado y rebelde.
Bill quiso tomar la mano de su
hermano, pero este la apartó groseramente para meterla en su bolsillo, lo que
le sacó un ruidito de tristeza y se detuvo a medio andar.
―¿Qué sucede?―dijo Tom.
―Tomi, ¿en realidad me cuidarás y
seremos como amigos todo el día?
Tom se paralizó al escuchar a su
hermanito con un tono bastante sentimental. Por un espacio de incontables
minutos, supo que había tocado una zona sensible que se encontraba constreñida,
probablemente una fibra o qué sabía él y lo siguiente fue descartar la idea de
tratarlo como a un simple medio hermano que, hasta la fecha, le costaba
inmensamente aprender a aceptarlo y convivir junto a él.
Si bien era cierto que su pequeño
hermano no era su sangre, verdaderamente su sangre sino digamos que algo así
como un intermedio, lo apreciaba porque había vivido buena parte de su vida con
él, aun en las buenas y las malas, algo
que valoraba demasiado.
Sus labios se fruncieron al igual que
su agrio gesto. Solo tener que pensar que de ahora en adelante su hermano
siempre andaría tras de él por una
condición le enfadaba hasta cierto punto.
—Sí, Bill, así será—susurró.
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Parece que Tom está dispuesto a aceptar cualquier reto, ¿no creen? ^^ Y bueno, así empiezan las condiciones y creo que podría decirse lo interesante.
Uhm, luego de...creo que 5 meses sin subir nada sobre este fic, al fin hay algo.
La verdad es que mis estudios están muy pesados porque el otro año entro a la U y tengo muchos retos que pasar a lo largo de este tiempo. Aunque trataré de hacer algo por no retrasarme tan atrozmente como ahora lo he hecho ._.
Un saludo y un beso~ <3
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